sábado, 22 de mayo de 2010

El poder de las palabras II

La influencia del equipaje genético y de las experiencias de la infancia en la formación de la personalidad del adulto, ha sido reconocida desde que el monje Gregor Medel y el psicoanalista Sigmund Freud hicieran públicos sus descubrimientos el siglo pasado, pero el enorme peso del habla es algo nuevo. Esto no quiere decir que debamos bombardear a los niños pequeños con todo tipo de información, pues cuando el cerebro se expone a estímulos excesivos, se autopretege y se apaga. Lo importante es conectar emocionalmente con el bebé a través de las palabras. Esta sintonización sirve como imán para el desarrollo intelectual y emocional del bebé a través del desarrollo intelectual y emocional de la criatura.

Un significado de estas investigaciones es que los niños progresan más cuando están rodeados de personas que no sólo son responsables y cariñosas, sino además, habladoras, que se expresan con claridad y que utilizan términos que acaparan la atención y permiten la participación de los pequeños. De todo ello se deduce la conveniencia de promover proyectos educativos para padres y cuidadores, así como programas de intervención precoz que fomenten la comunicación y el dinamismo verbal, tanto en el seno de la família como en las guarderías. Vivimos en un océano de palabras, pero casi nunca somos conscientes de que estas enlazan nuestras actividades y fraguan relaciones. Y en el caso de nuestros bebés, las palabras tienen el poder de configurar las facultades del alma y, de paso, decicir su suerte.


Luis Rojas Marcos. El país.
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lunes, 17 de mayo de 2010

El poder de las palabras I

Investigaciones recientes demuestran que hablar regularmente a los bebés durante el primer año de vida, tiene un profundo efecto positivo en el desarrollo de su cerebro y de su actitud para aprender. El número de palabras dirigidas a las criaturas al día constituye el estímulo más poderoso para agudizar la inteligencia y avivar la capacidad de razonar, de resolver problemas y de relacionarse con los demás. Cuantos más vocablos ahora escuche el pequeño, mejor. Las palabras no tiene que ser complicadas o esotéricas, basta con que sean pronunciadas en tono afirmativo por un ser humano afable, atento, interesado y envuelto emocionalmente con el bebé. Los mensajes transmitidos por la radio y el televisor no tienen este impacto saludable.

Los cimientos del pensamiento racional se establecen en los primeros meses de existencia, mucho antes de que la crriatura muestre signo alguno de distinguir entre una idea abstracta, como "mañana" o "ayer", y su chupete. El cerebro del recién nacido está ansiosamente esperando recibir los primeros estímulos del nuevo entorno para configurar las conexiones entre millones de neuronas que forman el entramado de materia gris, que le va a permitir ser perceptivo, inteligente, adaptable, creativo.

Mientras que los genes gobiernan el desarrollo del cerebro humano antes de nacer, una vez que venimos al mundo son los mensajes del ambiente los que dominan el proceso. El flujo constante de imágenes, de sonidos, de olores, de caricias, y, sobretodo, de palabras acompañadas de contacto visual y de emoción es lo que impulsa y determina la organización de la mente del pequeño.

Es cierto que las criaturas también maduran en compañía de padres y educadores taciturnos o reservados. De hecho, la mayoría de los bebés aprenden a sentarse, a gatear, a nadas, a hablar, a comer solos y a comunicarse, independientemente del nivel de actividad verbal que experimenten en el hogar. Pero la habilidad para comprender y discurrir en una sociedad tan tecnológica, tan diversa y tan compleja como la nuestra no brota espontáneamente, ni con la misma fuerza, en ámbitos estimulantes y aburridos. Compartir