sábado, 26 de junio de 2010

Leer sin saber leer


Educar ciudadanos autónomos, con criterios para tomar decisiones sobre sus destinos, con avidez por aprender y con comportamientos sociales solidarios, son objetivos primordiales de los adultos encargados de guiar a los niños. Para lograr estos objetivos, es necesario remontarse a lo básico: a la formación de lectores. 
Enseñar a leer, antes de aprender a leer, es decir, antes de aprender a decodificar símbolos alfabéticos, es tan necesario como enseñar a lavarse los dientes. Es por esto que iniciar a los más pequeños en la vida de la lectura, es uno de los peldaños más importantes en la educación inicial.
Tratar de formar pequeños lectores, mejor dicho ratoncitos de biblioteca, sin involucrarse de manera afectiva, no funciona. Sin unos brazos que acaricien, sin una nanas que adormezcan, sin unas palabras mágicas que curen, poco o nada se logra. Entregar libros, así nada más, sin ton ni son, a los niños más chiquitos, suele ocasionar únicamente destrucción, conflicto y alejamiento de los libros.  
Sólo lo que se ama se cuida y se conserva, dice un poeta africano. Y esto se hace evidente en la biblioteca cuando llegan los niños por primera vez. Si sus universos no han sido nutridos con libros y con afecto, los estantes serán desocupados de inmediato, y los libros servirán para cualquier cosa menos para “leer”. Serán pisoteados, mordidos, mutilados... Los adultos gritarán, los niños llorarán y la biblioteca se convertirá en el lugar menos apetecido por niños y adultos. 
Si, por el contrario, los niños han aprendido que los libros se leen rodeados por brazos afectuosos, en medio de un ambiente cálido y reservado para un momento de comunicación especial, la biblioteca será el lugar más visitado y mejor cuidado. 
Los libros acercan el otro lado del mundo, transponen las fronteras de la vida cotidiana, reescriben la realidad con nuevas expresiones, son un medio para conocer y reconocerse, para dejar un deseo de saber más y para proporcionar mundos simbólicos, que permiten abordar los temores de manera segura. 
En cada hogar, en cada lugar en donde se reúnan niños, especialmente los más pequeños, la palabra y el libro deben estar presentes. Sin estos, los procesos de educación y de crecimiento cultural quedan retrasados, por no decir mutilados. 
Quienes tienen a su cargo la educación de la población comprendida de cero a cinco años detentan doble responsabilidad, pues es a través del desarrollo integral logrado durante este período que niños y jóvenes dispondrán de las herramientas para acceder a una educación superior, posteriormente.  
Padres y madres, abuelos, madres sustitutas, maestros, médicos y enfermeros, psicólogos, religiosos, etc., son los agentes que tienen la responsabilidad de llevar de la mano a estos futuros ciudadanos a través de procesos que posibiliten una formación armónica e integral. La educación es la única alternativa para mejorar la calidad de vida de todos. La formación de niños lectores y escritores es una contribución, indispensable y urgente, para el desarrollo del capital humano del país.

Irene Vasco
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